Comienzo a escribir este nuevo post sobre la adicción que parte de la población está sufriendo a las redes sociales, manteniendo abiertas las ventanas de Facebook, Twitter, Pinterest, Youtube y Linkedin. Y que conste que no está hecho a posta. En este último año, el fenómeno de las redes sociales ha salpicado nuestras vidas. De cada 5 minutos que pasamos conectados a Internet, mínimo uno es para dedicarlo a entrar en nuestros perfiles sociales. Somos conscientes de que en la barra del navegador de cada uno de nuestros ordenadores siempre hay operativa una red social, o permanentemente en nuestros smartphones. Estos medios han pasado a ocupar parte de nuestras vidas.
El efecto 2.0 ha madurado con la interacción que se genera entorno a estas redes. No hay límites, ni tan sólo barreras. No obstante, es verdad que el tiempo pasa mucho más deprisa cuando nos sumergimos en estos medios. Quedamos absorbidos por su funcionalidad, y nos olvidamos en muchas ocasiones de lo más natural, el contacto humano. ¿Somos una generación dependiente de conexión? ¿No podemos vivir sin Wifi? ¿Tenemos la necesidad de compartir todo? Hasta cierto punto, esto mismo es preocupante. Vivimos encarcelados en un mundo cada vez más socializado, pero nosotros nos hacemos sentir cada vez menos. ¿A qué se debe?
Las redes sociales nos han dado mucho, pero también nos han quitado. Hemos perdido el trato humano que teníamos antes, ahora se estila más el café online a través de skype o facebook. Ya no bajamos a la cafetería con nuestros amigos a contar nuestras historias, ahora todo es digital, a través del móvil, del email, o de las redes sociales, etc… ¿Estamos ante una nueva droga del siglo XXI provocada por una marcada adicción que cada día va in crecimiento? Sin embargo, si compartir es vida, y las redes sociales nacieron para compartir, pensaré que las redes sociales es vida.
